Un grupo de chicos, entre 7 y 14 años, quedan solos en una casa dentro de un country. La película es la historia de esos días, entre la cotidianeidad inocente propia de la infancia y la ferocidad incipiente que surge del encierro. Una crónica que devela el descontrol desde adentro de un aparente mundo feliz.
Adolescentes y niños a la deriva en el territorio delimitado de un country, una ciudadela modelo que supuestamente los contiene: casas con parque, escuela, salón de fiestas, pileta.
Del ocio al tedio ida y vuelta, sin padres ni madres cerca, los niños huérfanos por una semana circulan para crear un régimen propio de descontrol en la comodidad de una prisión aceptada: nadie ni siquiera intenta huir de ahí.
En ese estado cotidiano de conformidad se suma un extraño, el de afuera que irrumpe, pero ni siquiera en ese punto surge el conflicto tradicional, sino que todo se disuelve en un juego intermitente de crueldad y ternura.
La idea es recuperar la densidad de cada gesto con una mirada frontal y seca. Un retrato coral, encarnado por un grupo de niños, con su vértice máximo en un brote musical, que concentra una gama amplia de sentidos y sensaciones.